Luz que ilumina el salto
Unas violas chillan de fondo, de dolor o de placer, da lo mismo. La melodía inexistente de la voz en esta grabación resuena en mi cabeza como si todavía estuviera frente al micrófono en la sala. Es fascinante como los años le agregan percepciones a nuestros sentidos. Sonidos que antes no estaban empiezan a surgir de temas que ya tenemos por demás conocidos. Y ahí está ese grito otra vez! Soy a la vez víctima y victimario de mi afinidad al botón de repeat. O será que hay cosas para las cuales una vez sola es demasiado poco? Esos estímulos ante los que al cerrar los ojos uno puede sentir el alma salir por los poros de la espalda, el pecho y los brazos. La piel toma la textura de la de una gallina desplumada, cediendo con recelo a la salida de esta alma que se queda rodeándonos a unos cinco o diez centímetros del cuerpo. Esto que nos transporta no está lejos del efecto de algún otro estímulo brindado por la madre naturaleza. Y si el estímulo continúa un poco más (otro repeat, tal vez), el pecho sigue inflándose como queriendo estallar y desde la boca del estómago un violento aunque cálido e invisible rayo de luz sale dirigido hacia arriba abriendo la coronilla como una flor. Inmediatamente se genera una reacción en cadena y cada una de esas montañitas que formaban la piel estalla dejando salir a su vez miles de rayos más pequeños que atraviesan el alma y se pierden en el infinito. Los ojos ya están inevitablemente cerrados. Las imágenes empiezan a sucederse en la cabeza. Un hombre corre al límite de su velocidad sobre la terraza del edificio más alto de la ciudad. Al acercarse al borde aprieta los ojos y pega un salto con toda su fuerza. Las manos le tiemblan incontenibles, estira sus brazos y comienza a caer. Desde una ventana su jefe lo ve pasar hacia abajo por una milésima de segundo. Diez, veinte pisos quedan atrás antes de volver a abrir los ojos. El hombre se enrolla sobre si mismo como un bicho bolita al protegerse, los músculos se le tensan a más no poder. De pronto, y acompañando el movimiento con un grito (de dolor o de placer, da lo mismo) se libera de su posición fetal estirando su cuerpo, como deseando tocar la punta de sus pies con la de sus manos, pero alrededor del mundo. Es en ese momento que la caída se interrumpe y el hombre se libera de otra de las ataduras impuestas por su cultura (No reirás! Reír invoca al demonio). Por algunos segundos, absorto pero consciente, observa sus extremidades; ya relajado se analiza, se repiensa, decide. Desde el tercer y cuarto piso la gente ve flotar a un hombre por sobre la calle, casi a la altura de sus ojos. Algunos lo señalan y se persignan, otros sucumben ante el poder de la negación y pierden el conocimiento. Desde el fondo, el hombre que piensa al hombre, sentado aún en su escritorio, lo piensa volar. Los chismosos en la ventana, los que aún se animan a mirar, levantan su vista siguiendo al hombre, y el hombre que piensa al hombre desactiva el repeat. Seguirá otro tema y un poco de trabajo. El bajo se acopla con la viola, unos gritos más y después silencio. Abrá que ver que disco poner ahora.
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