Agnes
Agnes necesitaba un tiempo con si misma. Hacía mucho ya que no tenía un día para hacer lo que ella quisiese. Entre el trabajo, el matrimonio y las horas de sueño, se habían dividido todos y cada uno de sus ratos en los últimos meses. Su esposo Hermann era una persona tan dulce como monótona. Alejarse del protocolo lo atemorizaba. Agnes sentía siempre que, con la llegada de Hermann, su espíritu de aventura se había desvanecido. Esto no terminaba de contrariarla por completo: después de todo ya poca maña se daba con los hombres, los años habían marcado su paso por su cuerpo y, aún así, lo tenía a Hermann a su lado. Nada iba a faltarle en el futuro; Hermann se encargaría siempre de que vivieran en el ambiente más controlado posible. Pero Hermann no podía controlar su mente, y Agnes siempre tendría este escape. Muchas veces, estando con su esposo en la cama, Agnes dejaba de escucharlo para irse con su mente a otros lugares. Una noche sería reina, otra viajera, otra aprendiz de mago. Pero no podría nunca abandonarlo en la vida real, temía mucho por la salud mental de Hermann. Cómo explicarle que, aún amándolo como el primer día, aún siendo él lo más importante de su vida, estar con él le aburría y necesitaba de otras cosas para sentirse viva? No podría. Jamás podría decirle eso sin devastar sus sentimientos. Agnes lo amaba, profundamente, eternamente, y era por ese amor que no podía dejar que Hermann sufriese por ella. Estaba decidido, pasaría el resto de sus días con Hermann, y el resto de sus noches con si misma, dentro de su mente, dentro de sus sueños... fuera de su vida.