Camas tibias
A Nahuel se le habían sulfurado las bolas de esperar, pero esperaría siempre, o casi. Clara, pussy-dancer de noche, pre med de día, se había acostumbrado al negocio de los honorarios al amor y Nahuel ya no le era rentable. El fin del acuerdo no tardó en llegar y a Clara le cayó la ficha de la no tan baja temperatura de su pecho.
A las semanas Nahuel se encontró pagando la entrada del barcito de calle Córdoba, frente al Mc. Donald's, resignado de todo. Verla frotar las gomas contra el metal no era precisamente el recuerdo que tenía de Clara. Llamó al tipo que habla de números y se la señaló: "Esa". "Son cientocincuenta", dijo el lanudo. Lo mismo hubiese sido que dijese tres mil.
Clara nunca abrió los ojos tanto como cuando vio a Nahuel entrar a la habitación de cama tibia. "Así es con amor", le dijo Nahuel al oído antes de empezar a besarle el cuello. Clara lloró para adentro por última vez. Al otro día lo velaban a cajón cerrado para no verle la sien.